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Al fin, la paz
Pablo Etchevers Pablo EtcheversLos tiempos cambian. Lo que alguna vez fue un fortín primero español y luego portugués hoy se ha convertido en un hotel internacional donde reina la paz.
A tan sólo 7 kilómetros del Chuy, tomando una de las más hermosas rutas de la región que conduce al litoral del país, se encuentra un lugar emblemático en la historia de la región y de esta ciudad.
Fue en el año 1734 que los españoles comenzaron a levantar este fuerte que serviría para posicionar el imperio en toda la región, así como también para dar lucha al indio y a otros imperios que se habían lanzado a conquistar América. Uno de estos fue el portugués, el cual tan solo tres años después de la construcción del sitio logró levantarse con gran cantidad de hombres y armas para tomar su mando.
Luego de decenas de guerras, el fortín permaneció olvidado en el tiempo hasta que el arqueólogo Horacio Arredondo, el mismo que restauró la fortaleza Santa Teresa, fue encomendado para su reciclaje.
Hoy, aún es posible apreciar el foso que rodea la cuadrada construcción junto al puente levadizo que permitía la entrada por la puerta principal. A metros de allí se encuentra el campo santo, donde sobrevive un osario del siglo XVIII, que junto a un pequeño museo criollo y a una vieja pulpería forman parte del mobiliario que data de aquellos tiempos.
Los tiempos cambian
Luego de su necesario rescate del olvido y del pasado, el fortín conservó su espíritu y su nombre y pasó a convertirse en una hermosa hostería donde, según sus dueños, es imposible no viajar en el tiempo.
Lejos de aquella época de guerra, luchas y estrategias, alrededor del fortín se encuentra el Parque Nacional San Miguel, cuyas hectáreas protegen una interminable red de bañados que se extienden hacia el norte hasta el límite con Brasil.
Distintos ecosistemas se apoderan de la mirada del visitante y existen también senderos que permiten al hombre acercarse a la naturaleza sin alterar la forma de vida de las especies allí reinantes. Hablamos de especies como carpinchos, nutrias, lobitos de río, monos, guazubirá, gatos monteses, zorros, murciélagos. Aves como el ñandú, el chajá, los flamencos, las lechuzas y las golondrinas son una constante a lo largo de estos esteros que se internan incluso en la sierra de San Miguel, el punto más alto de esta zona mesopotámica.
Sólo hay que dejarse llevar y disfrutar de un lugar en el mundo que además de ser uno de los patrimonios culturales e históricos que tiene el país posee la magia intacta de una naturaleza que todos los días se renueva para seguir despertando la admiración de siempre.
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